martes, 27 de abril de 2010

De anacronismos

Me entristece la dificultad cada vez mayor que las costumbres de hoy manifiestan cuando quieren entender las costumbres de ayer.

Por mi parte, mi mente en lugar de reconocer mi cuerpo como uno y entero en la sucesión de los instantes, lo encuentra repartido a lo largo de la duración de aquellos días de antaño, de la duración psicológica o subjetiva (que no es la misma que la matemática o real vivida actualmente). Le quitó las baterías al reloj con la esperanza de que aquel palito que persigue el tiempo se detenga, pero acabo comprendiendo que un reloj dañado tiene también su destino: da la hora con exactitud dos veces cada 24 horas de la duración matemática y real de un día.
Lastimosamente si un reloj comienza a retrasarse o se detiene, no es por defecto del tiempo, sino de la máquina, y por tanto yo debo tener la cuerda averiada. No siendo el desajuste (por lo que sé) en la máquina del tiempo real, sino en la máquina psicológica que me mide, lo que tendría que hacer es procurarme un psicólogo que me reparase la ruedecilla.

La memoria es susceptible y no le gusta ser pillada en falta, odio cuando se tiende a rellenar olvidos del pasado con creaciones o realidades propias, obviamente espurias, pero más o menos contiguas a los hechos de cuyo acontecer sólo les quedaba un recuerdo vago, como lo que resta del paso de la sombra, o dar razones por lo que se hace o se deja de hacer es de lo más fácil, cuando reparamos en que no las tenemos o no tenemos las suficientes, tratamos de inventarlas. Pero ¿Qué queda de la vida, cuando uno no la recuerda? Nada. Hay muchos pedazos de nuestra vida que ya no son nada, simplemente porque ya no las recordamos. Todo lo que no se recuerda a desaparecido para siempre.

Nadie podrá regresar al pasado para hacer mudanza de una tradición que nació del tiempo y que por el tiempo fue alimentada y sostenida. Nadie podrá decirme que cuanto existe no ha existido, nadie osará desear, como si de un niño se tratase, que lo que ha acontecido no hubiera acontecido. Y si lo hicieran estarían dilapidando su propio tiempo. El pasado es el muro contra el cual nos ha sido posible defender, hasta el día de hoy, la identidad de la humanidad, así deberemos continuar.
Y así continuaríamos si nuevas reflexiones no nos indicarán la necesidad de nuevos caminos a seguir.

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