Me entristece la dificultad cada vez mayor que las costumbres de hoy manifiestan cuando quieren entender las costumbres de ayer.
Por mi parte, mi mente en lugar de reconocer mi cuerpo como uno y entero en la sucesión de los instantes, lo encuentra repartido a lo largo de la duración de aquellos días de antaño, de la duración psicológica o subjetiva (que no es la misma que la matemática o real vivida actualmente). Le quitó las baterías al reloj con la esperanza de que aquel palito que persigue el tiempo se detenga, pero acabo comprendiendo que un reloj dañado tiene también su destino: da la hora con exactitud dos veces cada 24 horas de la duración matemática y real de un día.
Lastimosamente si un reloj comienza a retrasarse o se detiene, no es por defecto del tiempo, sino de la máquina, y por tanto yo debo tener la cuerda averiada. No siendo el desajuste (por lo que sé) en la máquina del tiempo real, sino en la máquina psicológica que me mide, lo que tendría que hacer es procurarme un psicólogo que me reparase la ruedecilla.
La memoria es susceptible y no le gusta ser pillada en falta, odio cuando se tiende a rellenar olvidos del pasado con creaciones o realidades propias, obviamente espurias, pero más o menos contiguas a los hechos de cuyo acontecer sólo les quedaba un recuerdo vago, como lo que resta del paso de la sombra, o dar razones por lo que se hace o se deja de hacer es de lo más fácil, cuando reparamos en que no las tenemos o no tenemos las suficientes, tratamos de inventarlas. Pero ¿Qué queda de la vida, cuando uno no la recuerda? Nada. Hay muchos pedazos de nuestra vida que ya no son nada, simplemente porque ya no las recordamos. Todo lo que no se recuerda a desaparecido para siempre.
Nadie podrá regresar al pasado para hacer mudanza de una tradición que nació del tiempo y que por el tiempo fue alimentada y sostenida. Nadie podrá decirme que cuanto existe no ha existido, nadie osará desear, como si de un niño se tratase, que lo que ha acontecido no hubiera acontecido. Y si lo hicieran estarían dilapidando su propio tiempo. El pasado es el muro contra el cual nos ha sido posible defender, hasta el día de hoy, la identidad de la humanidad, así deberemos continuar.
Y así continuaríamos si nuevas reflexiones no nos indicarán la necesidad de nuevos caminos a seguir.
martes, 27 de abril de 2010
martes, 20 de abril de 2010
UN DERECHO QUE RESPETE, UNA JUSTICIA QUE CUMPLA.
Ojala no entre nunca en la sublime cabeza de Dios la idea de venir algún día a estos lugares para certificar que las personas que por aquí mal viven, (y peor mueren), cumplen de modo satisfactorio el castigo que él mismo impuso, en el comienzo del mundo, a nuestro primer padre y nuestra primera madre, cuando, por la simple y honesta curiosidad de conocer la razón por la que habían sido hechos, fueron sentenciados, ella, a parir con esfuerzo y dolor, él a ganar el pan de la familia con el sudor de su rostro, siendo su destino final la misma tierra de donde, por capricho divino, habían sido sacados, polvo que fue polvo, y polvo tornará a ser. De los dos criminales, digámoslo ya, quien tuvo que soportar la carga peor fue ella y las que después de ella vinieron, pues teniendo que sufrir y sudar tanto para parir, conforme determinó la siempre misericordiosa voluntad de Dios, tuvieron también que sudar y sufrir trabajando al lado de sus hombres, tuvieron también que esforzarse lo mismo o más que ellos, que la vida, durante muchos milenios, no estaba para que la señora se quedara en casa, de brazos cruzados, cual reina de la abeja, sin otra obligación que desovar de vez en cuando, no se vaya a quedar el mundo desierto y luego Dios no tenga en quien mandar.
Pero si el dicho Dios, haciendo caso omiso de recomendaciones y consejos, persistiese en el propósito de venir hasta aquí, sin duda acabaría reconociendo que, finalmente, de poco vale ser un Dios, cuando, a pesar de los famosos atributos de omnisciencia y omnipotencia mil veces exaltados en todas las lenguas y dialectos, fueron cometidos, en el proyecto de la creación de la humanidad, tantos y tan groseros errores de previsión, como aquél, a todas luces imperdonable, de dotar a las personas de glándulas sudoríparas, para después negarles el trabajo que les haría funcionar ( a las glándulas y a las personas, claro está). Ante esto, cabe preguntar si no habría merecido más premio que castigo purísima inocencia que empujó a nuestra primera madre y a nuestro primero padre a probar del fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal. La verdad, digan lo que digan las autoridades, tanto las teológicas como las otras, civiles y militares, es que, hablando claramente y con la cara frente al sol, no llegaron a comerlo, apenas lo mordieron, por eso nosotros estamos como estamos, sabiendo tanto del mal, y del bien tan poco.
Avergonzarse y arrepentirse de los errores cometidos es gesto que se espera de cualquier persona bien nacida y de sólida formación moral, y Dios, que indiscutiblemente nació de sí mismo, está claro que nació de lo mejor que había en su tiempo. Por estas razones, las de origen y las adquiridas, después de haber visto y comprendido lo que pasa por aquí, no tuvo más remedio que clamar mea culpa, mea máxima culpa, y reconocer las exorbitantes dimensiones de su error. Es cierto que, y para que esto no se considere un continuo mal hablar del creador, existe (subsiste) el hecho (incontestable) que, cuando Dios decidió expulsar del paraíso terrenal, por desobediencia, a nuestra primera madre y nuestro primer padre, ellos a pesar de su falta imprudente, iban a tener toda la tierra a su disposición, para que en ella sudaran y trabajaran según quisieran. Sin embargo, y por desgracia lastimosamente, otro error en las previsiones divinas no tardó en manifestarse, y ése mucho más grave que todo lo que hasta ahí venía sucediendo.
Fue el caso que estando ya la tierra poblada de hijos, hijos de hijos e hijos de nietos de nuestra primera madre y de nuestro primer padre, unos cuantos de ésos, olvidados de que, por ser la muerte de todos, la vida también debería serlo, se pusieron a trazar líneas en el suelo, a clavar unas estacas, a levantar unos muros de piedra, después de anunciar que, a partir de ese momento, estaba prohibida (palabra nueva) la entrada en los terrenos que así quedaron delimitados, bajo pena de un castigo, que según los tiempos y costumbres, podría ser de muerte o de prisión, o de multa, o nuevamente de muerte. Sin que hasta hoy se haya sabido porqué, y gente hay que afirma que estas responsabilidades no pueden ser cargadas a las espaldas de Dios, aquellos nuestros antiguos parientes que por allí andaban, habiendo presenciado la expoliación y escuchado el insólito aviso, no sólo no protestaron contra el abuso de transformar en particular lo que hasta entonces había sido de todos, sino que creyeron que era ése el irrefragable orden natural de las cosas el que por entonces se comenzaba a hablar. Decían ellos que si el cordero vino al mundo para ser comido por el lobo, (según se podía concluir de la simple verificación de los hechos de la vida pastoril), es porque la naturaleza quiere que haya siervos y haya señores, que éstos manden y aquellos obedezcan, y que todo lo que no sea así, será llamado subversión.
Puesto ante todo estos hombres reunidos, ante todas estas mujeres, ante todos estos niños (sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra, así les fue mandado), cuyo sudor no nacía del trabajo que no tenían, sino de la agonía insoportable de no tenerlo, Dios se arrepintió de los males que había hecho y permitido, hasta el punto de que, en un arrebato de contrición, quiso mudar su nombre por otro más humano. Hablando a la multitud, anunció: “A partir de hoy no me llamaréis justicia”. Y la multitud le respondió “Justicia ya tenemos y no nos atiende”. Dijo Dios: “Siendo así, tomaré el nombre de derecho”. Y la multitud volvió a responderle: “Derecho ya tenemos, y no nos conoce”. Y Dios respondió “En ese caso me quedaré con el nombre de Caridad, que es un nombre bonito”. Dijo la multitud: “No necesitamos caridad, lo que queremos es una justicia que se cumpla y un derecho que se respete”. Entonces Dios comprendió que nunca tuvo, verdaderamente, en el mundo que creía ser suyo, el lugar de majestad que había imaginado, que todo fue, finalmente, una ilusión, que también él había sido víctima de engaños, como aquellos de los que se estaban quejando las mujeres, los hombres y los niños y , humillado, se retiró a la eternidad. La penúltima imagen que vio fue la de los fusiles apuntados a la multitud, el penúltimo sonido estaba lleno de gritos y lágrimas.
Las estatuas de cristo de cualquier lugar, deberían desaparecer, se lo debió haber llevado Dios cuando se retiró a la eternidad, porque de nada ha servido colocarlo como imagen. Ahora, en su lugar, se debe instalar cuatro enormes paneles o panfletos vueltos hacía las cuatro direcciones de Colombia y del mundo, y todos, en grandes letras, diciendo lo mismo: UN DERECHO QUE RESPETE, UNA JUSTICIA QUE CUMPLA.
Maria Fernanda Guerrero Sará.
Pero si el dicho Dios, haciendo caso omiso de recomendaciones y consejos, persistiese en el propósito de venir hasta aquí, sin duda acabaría reconociendo que, finalmente, de poco vale ser un Dios, cuando, a pesar de los famosos atributos de omnisciencia y omnipotencia mil veces exaltados en todas las lenguas y dialectos, fueron cometidos, en el proyecto de la creación de la humanidad, tantos y tan groseros errores de previsión, como aquél, a todas luces imperdonable, de dotar a las personas de glándulas sudoríparas, para después negarles el trabajo que les haría funcionar ( a las glándulas y a las personas, claro está). Ante esto, cabe preguntar si no habría merecido más premio que castigo purísima inocencia que empujó a nuestra primera madre y a nuestro primero padre a probar del fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal. La verdad, digan lo que digan las autoridades, tanto las teológicas como las otras, civiles y militares, es que, hablando claramente y con la cara frente al sol, no llegaron a comerlo, apenas lo mordieron, por eso nosotros estamos como estamos, sabiendo tanto del mal, y del bien tan poco.
Avergonzarse y arrepentirse de los errores cometidos es gesto que se espera de cualquier persona bien nacida y de sólida formación moral, y Dios, que indiscutiblemente nació de sí mismo, está claro que nació de lo mejor que había en su tiempo. Por estas razones, las de origen y las adquiridas, después de haber visto y comprendido lo que pasa por aquí, no tuvo más remedio que clamar mea culpa, mea máxima culpa, y reconocer las exorbitantes dimensiones de su error. Es cierto que, y para que esto no se considere un continuo mal hablar del creador, existe (subsiste) el hecho (incontestable) que, cuando Dios decidió expulsar del paraíso terrenal, por desobediencia, a nuestra primera madre y nuestro primer padre, ellos a pesar de su falta imprudente, iban a tener toda la tierra a su disposición, para que en ella sudaran y trabajaran según quisieran. Sin embargo, y por desgracia lastimosamente, otro error en las previsiones divinas no tardó en manifestarse, y ése mucho más grave que todo lo que hasta ahí venía sucediendo.
Fue el caso que estando ya la tierra poblada de hijos, hijos de hijos e hijos de nietos de nuestra primera madre y de nuestro primer padre, unos cuantos de ésos, olvidados de que, por ser la muerte de todos, la vida también debería serlo, se pusieron a trazar líneas en el suelo, a clavar unas estacas, a levantar unos muros de piedra, después de anunciar que, a partir de ese momento, estaba prohibida (palabra nueva) la entrada en los terrenos que así quedaron delimitados, bajo pena de un castigo, que según los tiempos y costumbres, podría ser de muerte o de prisión, o de multa, o nuevamente de muerte. Sin que hasta hoy se haya sabido porqué, y gente hay que afirma que estas responsabilidades no pueden ser cargadas a las espaldas de Dios, aquellos nuestros antiguos parientes que por allí andaban, habiendo presenciado la expoliación y escuchado el insólito aviso, no sólo no protestaron contra el abuso de transformar en particular lo que hasta entonces había sido de todos, sino que creyeron que era ése el irrefragable orden natural de las cosas el que por entonces se comenzaba a hablar. Decían ellos que si el cordero vino al mundo para ser comido por el lobo, (según se podía concluir de la simple verificación de los hechos de la vida pastoril), es porque la naturaleza quiere que haya siervos y haya señores, que éstos manden y aquellos obedezcan, y que todo lo que no sea así, será llamado subversión.
Puesto ante todo estos hombres reunidos, ante todas estas mujeres, ante todos estos niños (sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra, así les fue mandado), cuyo sudor no nacía del trabajo que no tenían, sino de la agonía insoportable de no tenerlo, Dios se arrepintió de los males que había hecho y permitido, hasta el punto de que, en un arrebato de contrición, quiso mudar su nombre por otro más humano. Hablando a la multitud, anunció: “A partir de hoy no me llamaréis justicia”. Y la multitud le respondió “Justicia ya tenemos y no nos atiende”. Dijo Dios: “Siendo así, tomaré el nombre de derecho”. Y la multitud volvió a responderle: “Derecho ya tenemos, y no nos conoce”. Y Dios respondió “En ese caso me quedaré con el nombre de Caridad, que es un nombre bonito”. Dijo la multitud: “No necesitamos caridad, lo que queremos es una justicia que se cumpla y un derecho que se respete”. Entonces Dios comprendió que nunca tuvo, verdaderamente, en el mundo que creía ser suyo, el lugar de majestad que había imaginado, que todo fue, finalmente, una ilusión, que también él había sido víctima de engaños, como aquellos de los que se estaban quejando las mujeres, los hombres y los niños y , humillado, se retiró a la eternidad. La penúltima imagen que vio fue la de los fusiles apuntados a la multitud, el penúltimo sonido estaba lleno de gritos y lágrimas.
Las estatuas de cristo de cualquier lugar, deberían desaparecer, se lo debió haber llevado Dios cuando se retiró a la eternidad, porque de nada ha servido colocarlo como imagen. Ahora, en su lugar, se debe instalar cuatro enormes paneles o panfletos vueltos hacía las cuatro direcciones de Colombia y del mundo, y todos, en grandes letras, diciendo lo mismo: UN DERECHO QUE RESPETE, UNA JUSTICIA QUE CUMPLA.
Maria Fernanda Guerrero Sará.
Confession Blues
Quisiera adivinar la primera vez que sus oídos captaron un sonido. Mi imaginación (que se puede llegar a ser considerarada espuria) hace correr el tiempo hacia atrás y, anacrónicamente tiene la osadía, en una revolucionaria línea de desvío en contra de lo científicamente demostrado y con la licencia que le otorga la poesía para hacer gala de la imaginación , de afirmar que ocurrió antes de que naciera, antes de que iniciara aquel conteo de la vida llamado edad, en el vientre de su madre, al escuchar la digestión y la lucha biológica de los alimentos, el llamado del hambre emitido por el estomago, vecino de su principal hogar literalmente humano.
Por medio de un sonido demostró su primera queja llena de inconformismo y miedo al venir al mundo, al abandonar sus oídos los sonidos del estomago y reemplazarlos por las miles de voces en diferentes tonos. Al abrir su pequeña boca de bebe, y emitir su primer sonido expresado en un llanto, sintió que aquellos seres a su alrededor trataban de mitigar de cualquier forma aquel sonido, corriendo a calmar y contentar su pequeño ser. Escucho una voz: El más hermoso sonido jamás captado por sus pequeños oídos, acompañado de un cálido abrazo, un “te amo”, aquel “vida mía” enlazado con una manos suaves que cargaban su pequeño cuerpo. Así aprendió sobre los sonidos desafinados emitidos por el llanto, cargados de impaciencia, tristeza y egocentrismo, y aquellas notas impregnadas de dulces palabras,(sin saber la denominación impuesta por la lengua y dialecto que le asigno su destino). Las sabía notas dulces, acordes llenos de altruismo. Pensaba que si la felicidad emitiera un sonido, de seguro fuera ese.
Y así, luego que su cuerpo creció y sus oídos reconocieron la sucesión de los instantes, escucho sus primeras sinfonías: La primera carcajada, el silbido del viento, el susurro de las olas bajo el vuelo de las gaviotas. Aprendió que el silencio, de igual forma que el sonido, también posee sentimientos impresos, que permiten que los sonidos de la conciencia sean escuchados con atención. El silencio también quiere ser escuchado, también posee una opinión sobre la vida que debe ser escuchada y tenida en cuenta. El tiempo posee un sonido, las horas emiten notas, aquel tic –tac del reloj es el instrumento musical que utiliza el Dios Crono. Solo la audición, así como el olfato, poseen la licencia de acomodar el tiempo y el presente, y hacer mudanza del tiempo hacia un pasado que habita en la memoria. El anacrónico y el cronofagico no poseen mejor máquina del tiempo que la música.
Todavía no vislumbraba los motivos para llorar, pero ya había empezado a oír el lamento del mundo. El mundo para el, desde los siete años, era un lugar oscuro, pero pensaba que los seres humanos, si no eran ciegos, parecían serlo o llevaban con ellos todo el tiempo gafas oscuras, y afirmaba que los seres humanos veían pero no observaban, oían, pero no escuchaban. En cambio el, por medio de los sonidos no ve el mundo, pero lo escucha, lo vive. Su escucha había captado definitivamente las fulgurantes claridades de sonido y de sentido que se resguarda bajo la opacidad que es consecuencia fatal que algunos humanos poseen al no ver lo que se mira y de la rutina indiferente del habla y de las superfluas palabras.
Y así, empezó a componer alegrías, para dejar a un lado los sonidos de la tristeza y el llanto.
Con permiso, realizaré mi respectivo viaje anácronico escuchando "What'd I Say".
Maria Fernanda Guerrero Sará.
Por medio de un sonido demostró su primera queja llena de inconformismo y miedo al venir al mundo, al abandonar sus oídos los sonidos del estomago y reemplazarlos por las miles de voces en diferentes tonos. Al abrir su pequeña boca de bebe, y emitir su primer sonido expresado en un llanto, sintió que aquellos seres a su alrededor trataban de mitigar de cualquier forma aquel sonido, corriendo a calmar y contentar su pequeño ser. Escucho una voz: El más hermoso sonido jamás captado por sus pequeños oídos, acompañado de un cálido abrazo, un “te amo”, aquel “vida mía” enlazado con una manos suaves que cargaban su pequeño cuerpo. Así aprendió sobre los sonidos desafinados emitidos por el llanto, cargados de impaciencia, tristeza y egocentrismo, y aquellas notas impregnadas de dulces palabras,(sin saber la denominación impuesta por la lengua y dialecto que le asigno su destino). Las sabía notas dulces, acordes llenos de altruismo. Pensaba que si la felicidad emitiera un sonido, de seguro fuera ese.
Y así, luego que su cuerpo creció y sus oídos reconocieron la sucesión de los instantes, escucho sus primeras sinfonías: La primera carcajada, el silbido del viento, el susurro de las olas bajo el vuelo de las gaviotas. Aprendió que el silencio, de igual forma que el sonido, también posee sentimientos impresos, que permiten que los sonidos de la conciencia sean escuchados con atención. El silencio también quiere ser escuchado, también posee una opinión sobre la vida que debe ser escuchada y tenida en cuenta. El tiempo posee un sonido, las horas emiten notas, aquel tic –tac del reloj es el instrumento musical que utiliza el Dios Crono. Solo la audición, así como el olfato, poseen la licencia de acomodar el tiempo y el presente, y hacer mudanza del tiempo hacia un pasado que habita en la memoria. El anacrónico y el cronofagico no poseen mejor máquina del tiempo que la música.
Todavía no vislumbraba los motivos para llorar, pero ya había empezado a oír el lamento del mundo. El mundo para el, desde los siete años, era un lugar oscuro, pero pensaba que los seres humanos, si no eran ciegos, parecían serlo o llevaban con ellos todo el tiempo gafas oscuras, y afirmaba que los seres humanos veían pero no observaban, oían, pero no escuchaban. En cambio el, por medio de los sonidos no ve el mundo, pero lo escucha, lo vive. Su escucha había captado definitivamente las fulgurantes claridades de sonido y de sentido que se resguarda bajo la opacidad que es consecuencia fatal que algunos humanos poseen al no ver lo que se mira y de la rutina indiferente del habla y de las superfluas palabras.
Y así, empezó a componer alegrías, para dejar a un lado los sonidos de la tristeza y el llanto.
Con permiso, realizaré mi respectivo viaje anácronico escuchando "What'd I Say".
Maria Fernanda Guerrero Sará.
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